Víctor Montoya en la "Alcaldía Quemada". foto: J. J. Tancara
LA LITERATURA, MÁRGENES SOCIALES Y PROCESOS DE CAMBIO EN
BOLIVIA
Por: Juan Jacobo
Tancara Chambe*
Introducción
El 18 de octubre de 2012 entrevisté a Víctor Montoya;
escritor boliviano, narrador de cuentos y novelista. Su obra tiene un
reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional. Vivió por más de
treinta años en Suecia, donde llegó como exiliado y se convirtió en escritor,
según él, por “razones existenciales”. Para tal propósito nos encontramos en la
populosa Ceja de la ciudad de El Alto, lugar donde confluye el campo y la
ciudad, lo moderno y lo tradicional, el mercado de todo tipo de objetos,
comidas, personas apuradas, amigos de lo ajeno, infinidad de comerciantes de
casi todos los rubros; cafés, restaurantes, bancos, almacenes, ferreterías,
discotecas, niños lustrabotas; en fin, un lugar de caos urbano, de competencia
salvaje y, a la vez, de solidaridad, pero también de cosas raras como, por
ejemplo, libros de ensayos sobre filosofía o teología andina y una que otra
obra literaria, un poemario de protesta... Recuerdo esto porque antes de la
entrevista, pasamos más de media hora intentando hallar un lugar adecuado para
conversar en medio del bullicio de la gente y los vehículos motorizados, pero no
hallamos sino aquellos restaurantes repletos de gente parlando y la música
(generalmente cumbias) estruendosa. La entrevista la hicimos finalmente en el
Teatro Municipal “Raúl Salmón de la Barra”, que se halla en la “Alcaldía
Quemada”, nombre con el que se la conoce debido a que fue incendiada durante la
rebelión de octubre de 2003 (durante la “Guerra del Gas”); pudimos conversar
por más de una hora sobre la literatura boliviana, su propia literatura y el
contexto social, político y cultural del país.
Con Víctor Montoya nos conocimos en septiembre de 2012,
me interesó su trabajo y sus proyectos, más aún que él haya decidido vivir en
El Alto para impulsar desde allí trabajos literarios con jóvenes. En ese tiempo
yo andaba interesado en recoger información sobre la literatura alteña y la que
se produce al margen de las grandes editoriales comerciales, la literatura
autoeditada, que circula en las zonas suburbanas de El Alto y La Paz; en pocas
palabras, la literatura de la ciudad profunda. En ese ínterin me enteré de su
proyecto y su trabajo como narrador. También fue impactante para mí que Víctor
Montoya fuera un ex preso político, un torturado, una víctima de las dictaduras
militares y que, a partir de esa “violenta” experiencia, haga literatura, pero
también que estaba ante una persona comprometida con la lucha de los pueblos,
un político. Me llamó la atención, sobre todo y gratamente, su calidad humana,
amistad y disposición para compartir su experiencia y conocimientos. Fue así
que surgió este texto, que a continuación se despliega, en base a la entrevista
que le hiciera, a partir de preguntas sobre la literatura en su vida, la
literatura marginal y las identidades políticas. Además, la literatura y las
actuales luchas de los pueblos en América Latina.
En la entrevista pensé que era mejor dejarlo hablar, para
que él desarrolle sus ideas sin interrupción. Por eso que mis preguntas fueron
cortas. Más que nada señas para que Víctor desplegara sus respuestas y añadiera
temas relacionados. Además, semanas antes de grabar, estuvimos conversando
largamente, entre otros, los temas que ahora se presentan en esta entrevista.
- Podríamos empezar con tu presentación, quién es Víctor
Montoya, tal vez un poco de tu biografía, algún dato que consideres relevante.
Regresé
al país después de treinta y cuatro años de ausencia y me he establecido en la
ciudad de El Alto, la segunda ciudad más importante de Bolivia, por su juventud
y porque está en pleno proceso de desarrollo. Además, es un contexto donde se
está haciendo literatura, teatro, arte y música. Todo esto no es rescatado por
la prensa nacional. Pareciera que todo lo que se mueve, en materia de cultura,
se lo hiciera sólo en la Hoyada (la ciudad de La Paz). Después de haber vivido
acá algunos meses, me he dado cuenta de que existe un material vivo, humano,
con mucha fuerza y energía, que vale la pena que se rescate y conozca tanto a
nivel nacional como internacional. Entonces se puede decir que mi retorno al
país, por otra parte, está vinculado a dos proyectos. El primero es el de
elaborar una antología de narradores alteños y, el segundo, el hacer otra
antología de poetas alteños. No hay un material que recoja todo este bagaje
cultural literario que se ha gestado y se está gestando en la ciudad de El
Alto.
Ésta
es mi realidad actual, todo lo demás, las razones por la que he sido exiliado,
torturado o preso político durante la “Operación Cóndor”, se puede encontrar en
Internet. Yo, sin saberlo, he sido una víctima más de aquello que se consideró
“Plan Cóndor”, esa increíble maquinaria de exterminio que creó la CIA
conjuntamente con los gobiernos dictatoriales en el cono sur de América Latina,
concretamente en cinco países: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia.
Las dictaduras militares, de acuerdo a las investigaciones que realizó el
abogado Martín Almada en el Paraguay, quien recopiló mucha información en
Asunción sobre los crímenes de lesa humanidad perpetrados por las dictaduras
militares durante el periodo de 1975 a 1982 aproximadamente. Yo estaba preso en
esa época, en 1976; y en 1977 me exiliaron. De esa manera llegué a parar en
Suecia. Sin embargo, todo esto, que tiene ver con ese pasado, está registrado
en la prensa, está registrada incluso mi propia obra que, en gran medida, es un
testimonio personal pero también un testimonio colectivo, porque he conocido a
otros compañeros provenientes de Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay estando en
el exilio, y conversando con ellos, que también escribieron su propio
testimonio en forma de novelas, ensayos, poesía, me di cuenta de que quienes
habíamos luchado por las libertades democráticas en nuestros países, los que
nos opusimos a los regímenes totalitarios, que se dieron en América Latina en
los años setenta y ochenta, hemos sido condenados a tener que pasar por los
mismos procesos de torturas que se aplicaban en estos cinco países. Es decir,
se aplicaban los mismos métodos de tortura. Conversando con compañeros en el
exilio, chilenos, argentinos, uruguayos, paraguayos, constaté que los métodos eran
los mismos, porque los torturadores, quienes habían aprendido a torturar en la
Escuela de Las Américas en Panamá, fueron entrenados por los mismos mercenarios
que habían participado en la guerra de Vietnam y Camboya. Esta biografía de mi
pasado, como te decía, está registrada en la prensa o en la solapa de mis
libros.
Mi
retorno al país, después de treinta y cuatro años, me abre varias
posibilidades, y por ello estoy metido en los proyectos que te señalaba.
Además, deseo crear, a través de la Academia de Literatura Infantil y Juvenil,
una cátedra en las universidades y normales. Quiero poner al servicio del país
los conocimientos que he adquirido en mis largos años en Suecia; mi formación
como pedagogo, mis conocimientos de otras lenguas y toda mi experiencia como
escritor.
-
¿Por qué la literatura en tu vida?, ¿cómo llegas a la literatura?
Llegué
por una inquietud que tenía desde cuando era estudiante de secundaria y
dirigente de la Federación. En aquellos años me vinculé no sólo al mundo
político, sino también a la actividad literaria, por entonces un poco
panfletaria; se trataba de hacer pasquines, de escribir palomitas, y que no lo
veía en ese momento como una perspectiva de convertirme algún día en escritor.
Creo que me hice escritor no tanto por asumir una pose de intelectual, sino por
una necesidad existencial. Empecé a escribir las páginas de mi primer libro
estando en las mazmorras de la dictadura militar, en el Panóptico Nacional y en
otras prisiones de alta seguridad. Ese primer libro, que está a medio camino
entre el testimonio político y la historia novelada, gira en torno a una huelga
minera que hubo en el año 1976 en Bolivia; ese mismo acontecimiento fue la
causa que me arrojó a las mazmorras, donde empecé a escribir estas memorias,
pensando, de alguna manera, que esto podría servir. Ese primer libro se llama “Huelga y represión”. Lo publiqué en
Suecia porque me enviaron los manuscritos que mi madre me ayudó a sacarlos de
las prisiones en el doblado del botapie de mis pantalones, debido a que había
un control estricto de parte de los carceleros. Esas mismas tiras de papel
constituyeron mi primer libro, que lo escribí, además, con el mismo bolígrafo y
en el mismo cuadernillo que me entregó uno de mis torturadores para que
delatara a mis compañeros de lucha. El libro lo publiqué a los 21 años de edad,
porque me parecía que era importante dejar un testimonio vivo, de primera mano,
de aquello que había sido el atropello de lesa humanidad que cometía la
dictadura militar de Hugo Banzer Suárez. El libro se publicó en 1989 y esto me
empujó, de manera inconsciente, al mundo de la literatura. Porque nunca me
planteé, como se plantea mucha gente joven, el deseo de ser poeta, narrador o
ensayista, yo no tenía la idea de convertirme algún día en escritor. El
escritor en mí va surgiendo como una necesidad de expresar lo que sentía y lo
que pensaba estando en el exilio, como te decía, por una necesidad existencial.
El
exilio me dio la opción de conocer a autores de la literatura latinoamericana
de ese entonces, que eran los del “boom”,
donde estaban García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Carlos Fuentes, entre
otros. Todo ese movimiento literario, el “boom”, estaba también siendo conocido
recién en Europa, estaba levantando las banderas de lo que se estaba haciendo
en América Latina, un tipo de literatura más experimental, donde entraba el
realismo fantástico, mágico, sobre todo, con García Márquez, aunque él, como ya
sabemos, no fue el primero, sino que fue Juan Rulfo, William Faulkner y Alejo
Carpentier, quien también dio muchas luces sobre este tipo de literatura, que
tuvo tanto éxito en los años sesenta, setenta, ochenta, no sólo en América
Latina, sino en el mundo entero. Leyendo la obra de estos autores, empecé a
interesarme por escribir relatos mucho más literarios, porque si permanecía en
Bolivia, podía haber sido más un ensayista, un politólogo y no un escritor a
secas.
La
literatura en la ciudad de El Alto
- Tú has elegido la ciudad de El Alto para
vivir, trabajar, crear ¿Qué puedes decirme sobre la literatura alteña, sobre
sus novelistas, cuentistas, poetas? ¿En qué ámbitos se mueven ellos?
En la
ciudad de El Alto, hasta donde tengo entendido, se mueve en la marginalidad.
Hay algunas organizaciones culturales, como Wayna Tambo, Compa, Albor, que han
agrupado a estos jóvenes inquietos por querer hacer poesía, por querer hacer
literatura, y una literatura marginal. En estos cursillos o en estos talleres
de literatura, que se hicieron en estas instituciones (Compa, Wayna Tambo,
Albor), se formó, por ejemplo, un gran rappero como fue Abraham Bórquez. De
estos centros culturales surgen una parte de los creadores, narradores
importantes; uno de ellos, ya fallecido, era Crispín Portugal, quien, además,
creó Yerma Mala Cartonera, una editorial artesanal, por lo tanto, marginal.
Reciclaban
cartones en los que ellos empezaron a publicar sus obras. Parece que Yerba Mala
Cartonera sigue en marcha y ya tiene como 60 títulos publicados, de manera
artesanal, empastados con tapas de cartón. Es la literatura que no aparece en
los grandes medios comerciales ni en las grandes editoriales bolivianas ni
extranjeras, por eso es una literatura marginal. Ellos mismo son los
escritores, los impresores y los que venden su propia obra en los mercados, en
unos qhatitos (puestitos de
venta en las calles o mercados), al lado de una señora que está vendiendo
papas, naranjas, bananos; mientras al lado, los chicos están vendiendo estos
libritos artesanalmente hechos, pero no por eso menos importante; al contrario,
creo que puede ser mucho más vital, mucho más importantes si se lo mira desde
un contexto político, incluso desde una perspectiva socioeconómica, porque la
gran literatura casi siempre se ha creado en las marginalidades. Los grandes
autores de hoy, como Saenz, Arturo Borda y Víctor Hugo Viscarra, han sido
escritores marginales, escritores que no tuvieron gran auge en su debido
momento. Se sabe que Jaime Saenz publicaba poquísimos ejemplares de sus
poemarios, sólo para distribuirlos entre amigos, pero además no había editoriales
interesadas en su obra, no había muchas editoriales en Bolivia, y si alguien
quería publicar sus libros, tenía que pagar con dineros de su propio bolsillo.
Los
chicos de Yerba Mala Cartonera, creo que, el año 2006, empezaron a publicar
cierto tipo de literatura que estaban haciendo ellos mismos, pero que, al mismo
tiempo, era un tipo de literatura que a ellos sí les gustaba, porque entre sus
autores no sólo hay escritores jóvenes, sino también escritores ya connotados,
muy conocidos no sólo a nivel nacional, sino también a nivel internacional. La
labor fundamental de estos muchachos en ese mundo artesanal, marginal de hacer
la literatura, se ha puesto en la contraparte de lo que es el mundo comercial,
el mundo librero, en un país como Bolivia, donde un libro editado por
cualquiera de las casas editoriales, sea Gente Común, Los Amigos del Libro,
Kipus, Plural o el que fuera, siguen siendo artículos de lujo al que muy poca
gente tiene acceso. Lo que quiero decirte
no es que en Bolivia los libros cuesten caros, sino que la gente es muy pobre,
la gente no puede adquirir estos libros que acaban siendo artículos de lujo,
que se lucen en las vitrinas de las grandes librerías del país, pero la gente
que no tiene siquiera cómo llenar la olla del día, menos va a ir a una librería
para comprarse un libro que le implica una buena parte de su salario.
Yerba
Mala Cartonera, donde estaba Crispín Portugal, ese joven que desgraciadamente
se quitó la vida, fue creado juntamente con Beto Crespo y Darío Luna; estos
muchachos que, de alguna manera, se formaron en la escuela que tiene Wayna
Tambo. Eran muchachos rokeros, a quienes les gustaba la metálica, pero también
la poesía. En Wayna Tambo se forma un tipo de festivales de poesía, que sigue
haciendo ahora el Centro de Arte y Cultura Albor, que hace incluso un festival
a nivel nacional anualmente y que tiene mucho éxito, aparte de tener sus
compañías autofinanciadas de teatro. Algunos reciben apoyo financiero de
algunas ONGs, pero en el fondo son muchachos entusiastas y con ganas de hacer
literatura. Creo que estos muchachos y muchachas, que se han formado en Albor,
en Wayna Tambo y en Compa, son las futuras promesas de la literatura alteña,
por no decir nacional.
La literatura marginal, como es natural, tiene
ascendencia en las clases medias pobres y la gente venida de las comunidades
rurales a El Alto de La Paz, Muchos de estos muchachos tienen no solamente una
ascendencia aymara, sino que también provienen de las clases más desposeídas,
pero tienen interés en escribir lo que piensan y lo que sienten. La literatura
no es un problema de profecía en este contexto, no se puede saber cómo le irá a
Bolivia de acá a treinta años, sino que corresponde a la necesidad existencial
de querer expresar lo que ellos viven y sienten en el mundo en el cual se
mueven cada día. De manera que la literatura que se está haciendo en El Alto es
interesante porque está, primero, contextualizada en El Alto, en las zonas
marginales mismas de El Alto, y pienso que, de alguna manera, lo interpretan tanto
en el manejo del lenguaje como en el manejo de la temática, en la cual
predomina la realidad social que les toca vivir en una época tan convulsionada
como la nuestra. Entonces, ¿qué reflejan estos muchachos en su poesía y en su
narrativa, recreando el lenguaje coloquial, es decir, donde entran muchas
palabras del quechua o del aymara, aparte de esa jerga muy propia de esta gente
joven alteña de esta época? Pienso que la recreación misma del lenguaje en sus
textos, tanto en poesía como en prosa, es un abanico de una lingüística muy
particular, que se está manejando en El Alto. Leer, por ejemplo, los cuentos de
Beto Crespo, de Crispín Portugal o de Janet Calatayud, te dan una idea de lo
que más o menos los escritores alteños están queriendo hacer con la literatura.
Entonces, una forma de rescatar no sólo el contexto
en el que viven, sino también lo que en lingüística se llama sociolecto, los
ubica a estos escritores y escritoras en el contexto de las masas populares,
que no son las élites, porque nosotros estamos acostumbrados a la literatura
hecha por las élites, por las clases medias, por los pequeños burgueses que se
convierten en escritores, y no tanto porque tengan vocación o talento, sino
porque es una forma de darse un título. Yo creo que estos muchachos alteños
escriben sin ese tipo de pretensión, como ocurrió con Víctor Hugo Viscarra, un
hombre que vivió desde niño en las calles, un alcohólico consuetudinario, cuya
obra, hoy en día, está siendo rescata a muchos niveles; sus obras son llevadas
al videoclip, se está haciendo teatro en base a ellas, se están haciendo comics con sus cuentos. De alguna
manera, a la gente joven y la gente como nosotros, nos interesa mucho más la
forma de vida de esa parte oscura de las que nos querían contar, entre otros,
Jaime Saenz, pero también Arturo Borda en su obra “El Loco”. Yo pienso que esa literatura es muy cercana a todos
estos muchachos que se dedican al rappeo,
que están haciendo poesía y cuentos a partir de su propia realidad, que es la
realidad de estas capas marginadas, en urbanizaciones que pretenden, de alguna
manera, modernidad. Ante esta modernidad, estos muchachos plantean el mundo
suburbano. La historia de un muchacho que es cobrador de un minibús, la
historia de una muchacha a quien le cuentan que El Alto es una ciudad bendita,
aunque ella sabe que El Alto está lleno de putas, de borrachos, de un montón de
gente desocupada. El contar ese fenómeno social acaba siendo una fuerza
explosiva en el mundo de la literatura. Por lo tanto, después de haber leído
los cuentos y las poesías de los alteños, me di cuenta que hay una inquietud
por tratar de describir esta realidad que no es la misma que la existente en la
Hoyada, porque en la Hoyada la gente de clase media escribe una literatura
clasemediera. Yo creo que, a diferencia de todos estos escritores, los
muchachos de las marginalidades en El Alto nos están queriendo contar otras
historias, esas historias que nosotros queremos conocer, esas historias
escondidas, vistas de sesgo, esas historias que Galeano nos hubiese querido
contar. Estos muchachos, a través del graffiti,
del manejo del lenguaje coloquial, están queriendo hacer una literatura
importante, así las editoriales no le den pelota, aunque los críticos
literarios no se acerquen a ellos. Estos muchachos algún día aparecerán como
apareció Víctor Hugo Viscarra, al que nadie le tiraba pelota; los policías le
destrozaron la nariz, la gente lo pateaba en la calle, las señoras le escupían
y, sin embargo, él iba haciendo una literatura interesante, ahí están sus
obras: “Borracho estaba pero me
acuerdo”, “Alcoholatum &
otros drinks”, “Ch'aqui fulero”...
Los mismos títulos nos van diciendo un poco lo que ellas quieren contar, y
nosotros, quienes nos creemos intelectuales, queremos saber un poquito más de
qué se trata eso, porque habíamos leídos a Faulkner, a James Joyce, habíamos
leídos a autores tanto de América Latina como del mundo entero, pero nos hemos
olvidado de estos sectores marginales, donde aparecen estos escritores que, de
laguna manera, son los renovadores de la literatura en un país, por eso pienso
que la literatura que se está haciendo en El Alto es una literatura
potencialmente interesante, ya verás cuando haga la antología rescatando a
varios de estos escritores, no a los ensayistas, porque hacer una antología de
ensayistas es mucho más complicado, pues el libro sería un mamotreto y se
harían no sé cuántos tomos. Entonces hay que tomar las cosas breves que
escriben estos muchachos y muchachas de ese mundo donde se mueven, y ahí hay
una inquietud increíble. Los muchachos de Yerba Mala Cartonera tenían a dos que
estaban metidos ahí, a Beto Crespo y Darío Luna, que tienen también sus propios
blogs, donde difunden literatura boliviana, donde publican cosas que ellos
mismos escriben, cosas que a ellos les interesa y cosas que ellos quieren
difundir.
Si las grandes editoriales difunden lo que a las
grandes editoriales les interesa en el mundo comercial, que es escoger a un
autor y poder ganar dinero en base a su obra. Estos muchachos están haciendo
exactamente lo contrario, creo que están haciendo una literatura que se costea
a sí misma, una literatura verdaderamente válida, porque yo siempre he creído
que la verdadera literatura es aquella que circula de boca en boca, aquella que
circula de mano en mano; no es tanto aquel libro carísimo que uno compra, con
tapas de lujo, en las librerías, sino aquel que está hecho de manera artesanal.
El libro es importante cuando un lector, después de leerlo, le pasa al amigo y
le dice: “éste es un hermoso poemario. Ahora léelo tú”. Y cuando este amigo le
pasa a otro. Por lo tanto, este libro que gusta a la gente circula de mano en
mano y de boca en boca. Yo leí muchos libros de esta manera, aunque nunca me
enteré de su autor ni en la prensa nacional y menos en la internacional, porque
nunca apareció en las páginas literarias que hay en los periódicos, porque
nunca lo presentaron en la televisión ni en la radio, pero que tiene una
literatura increíble, impresionante...
Pienso que ahí radica la riqueza de la literatura,
cuando encuentras estas joyas metidas en un cofre literario. Esto es como un
verdadero descubrimiento, pero no es el mismo descubrimiento cuando tú lees a
García Márquez, Vargas Llosa, porque estos escritores son archiconocidos, son
igual que Superman, Batman o Fantomas. Entonces lo que nosotros queremos son
nuevos héroes, nuevas historias, nuevas aventuras, y los que sí saben contar
estas cosas son estos muchachos, que no se mueven en las élites literarias. Yo
confío en estos muchachos que crean sus pequeños talleres, sus pequeñas
imprentas, donde ellos mismos fotocopian, luego van y venden sus libritos en el
mercado popular. Para ellos es todo un triunfo, lo extraño es que en el mundo
comercial, visto desde una perspectiva capitalista, no se ve la obra literaria
de esta manera; la obra literaria que no está publicada como tiene que ser,
siguiendo determinados cánones, incluso con una determinada cantidad de
páginas, no está en las librerías más importantes; es más, al autor famoso se
lo maneja como a un muñeco, como a un saltimbanqui, que tiene que ir a los
canales de televisión, a los periódicos y a las conferencias, para promocionar
su obra, pero a estos muchachos nadie los invita, así no estén haciendo una
“mala literatura” en relación a lo que nosotros conocemos, de manera oficial,
como la “buena literatura”, porque entre buena y mala literatura existe un
problema muy subjetivo, a veces se ha catalogado como mala literatura lo que sí
era buena y nos han hecho pasar como buena, como metiéndonos gato por libre,
una pésima literatura, sólo porque algún crítico dijo que había que leerla, y
la recomendaba, y nosotros teníamos que leerla.
- Has
hablado de las escritoras y los escritores alteños como “escritores
marginales”, hablando tanto en sentido social como en el sentido de dónde
circulan sus obras ¿Cómo ellos y ellas
crean y publican sus creaciones? ¿Y
cómo encaran esta situación de exclusión editorial?
Los escritores marginales crean su literatura a
espaldas del mundo comercial, están conscientes de lo que hacen, a ellos mismos
les gusta, ellos mismos se cagan de risa de las cosas que escriben, si otros
más se cagan de risa de lo que han escrito, estos escritores están felices,
doblemente felices, porque no escriben por imposición de una casa editorial, que
les diga que una novela debe tener más de 300 ó 500 páginas, para que sea
considerada como una obra importante.
Los escritores marginales se construyen a sí
mismos, porque escriben en absoluta libertad, no hay editorial que les imponga
las normativas de qué cosas van a escribir, tampoco ellos saben qué es lo que
se vende y qué es lo que no se vende, porque no les importa, porque no van a
vivir de su literatura. Ellos están conscientes de que se mantendrán en vida
ejerciendo otra profesión ajena a la literatura. En este sentido, hacen
literatura porque les gusta, porque ellos mismos se satisfacen en el proceso de
creación; algo que no ocurre necesariamente con los “escritores fabricados” por
una casa editorial que, además, les consigue “correctores de pruebas” o algún
periodista que escribe y corrige muy bien los manuscritos. O sea muchos de los
escritores llamados “famosos” son fabricados por el mundo comercial de las
editoriales, a diferencia de los escritores que son llamados “marginales”, sin
considerar que en la marginalidad se mueven, muchas veces, los verdaderos
escritores, que son verdaderas joyas que los editores no saben descubrir.
Pienso que la gran literatura, esa literatura que
nos es comercial, pero capaz de llegar con fuerza al lector, se crea en la
marginalidad, el problema está en saberla descubrir, ésta debería haber sido el
trabajo de los críticos literarios, de los académicos de las universidades, de
las editoriales, pero a las editoriales, como ya te dije, no les interesa un
escritor que vive en la calle, jodido, con la nariz torcida y con un montón de
cicatrices en la cara.
Sin embargo, yo creo en la fuerza de la literatura
marginal, por eso quiero hacer una antología de poetas y narradores alteños;
algo que no se ha hecho hasta ahora. Lo único que se hizo, de manera dispersa,
han sido pequeñas antologías impulsadas por algunas organizaciones que trabajan
con asuntos culturales en la ciudad de El Alto, pero no una antología completa,
que considere lo mejor que se ha hecho en materia de poesía y narrativa en esta
ciudad joven y pujante, donde existe mucho movimiento cultural aunque
desconocido a nivel nacional.
- Hay un valor estético importante que destacar en
esta literatura y en otras, ¿verdad?
Justamente. De lo contrario, todos podríamos ser
escritores, novelistas, cuentistas o poetas, pero no es así, todos intentamos
serlo pero no podemos, esto es lo que nos diferencia a quienes gozamos del
privilegio de poseer esa capacidad natural de recrear el lenguaje de manera
estética, de hacer arte con la palabra escrita. En el caso de la pintura, por
ejemplo, no es lo mismo un Pablo Picasso que el pintor que pinta las paredes de
una casa. Ambos trabajan con pinturas y brochas, pero uno pinta paredes y el
otro pinta cuadros. Lo mismo sucede en la literatura, no es lo mismo uno que
escribe un ensayo sobre el calendario aymara, que otro que escribe sobre el
mismo calendario pero con metáforas y en verso. Ya sabemos que ambos han usado
la misma computadora, las mismas palabras, el mismo diccionario, pero uno ha
usado la palabra de un modo estético, bello, artístico, y el otro ha usado la
palabra escrita como un vehículo de comunicación para transmitir los resultados
de su investigación.
En la actualidad, los escritores bolivianos, al
menos los que corresponden a las últimas generaciones, están trabajando de
manera consciente con la palabra. Antes se escribía a vuela pluma y la novela
estaba lista en tres meses. A propósito de este tema, alguien me comentó que en
la ciudad de El Alto había un escritor que escribió tres novelas en tres meses
después de haberse tomado una botella de whisky. Sea mentira o verdad, no es así como se crean las
verdaderas obras literarias, porque la creación es un proceso en el que vas
trabajando, poco a poco, en la construcción de la novela, en la configuración
de los personajes y vas jugando con las palabras, las frases. Es decir, es un
trabajo consciente en el que se crea y recrea no sólo el aspecto ético del tema
tratado, sino, sobre todo, el aspecto estético, que es un elemento fundamental
en toda obra literaria; es más, no es tan importante el tema sobre el cual se
escribe, sino el cómo se escribe. Acá radica la diferencia entre un escritor y
otro.
Perspectivas en torno a un proyecto como
compilador: la Antología de narradores y poetas
- Me comentabas el otro día que emprendes un
trabajo como compilador. Concretamente el proyecto de una antología de
narradores y poetas ¿Cuál sería el criterio para hacer estas antologías?
En las antologías no voy a meter a ensayistas.
Todos serán cuentos y poemas que tengan, en primer lugar, un valor literario.
Por otro lado, estoy consciente de que no todo lo que uno escribe es de
excelente calidad. Si un autor ha escrito trescientos cuentos, es muy probable
que sólo algunos de sus cuentos sirvan para ser considerados en una antología.
Recuerdo que Octavio Paz, cuando se refería a sus obras completas, decía que la
obra poética de un autor es como un árbol, que cuando viene el otoño, arranca
las hojas y apenas una o dos quedan en la rama del árbol, lo demás se lleva el
viento. Lo mismo ocurre con un autor que escribe diez libros de cuentos. No
todos los libros son buenos ni todos los cuentos son de antología. En el caso
de Cortázar, por citar un caso, pienso que uno de sus buenos cuentos es “El perseguidor”, porque a mi juicio destaca
entre los demás cuentos que escribió y considero que se trata de un cuento
digno de figurar en una antología.
El trabajo del
antologador consiste en buscar las joyitas que están escondidas entre las
obras de un autor, esas joyitas que luego van a constituir la antología, que
presenta las creaciones mejor logradas de cada escritor, si se considera que no
todos los cuentos son igual de buenos. Eso lo sabe cualquier escritor, como
cualquier artesano que hace muñecos de trapo, que constata que un muñeco le
salió mejor que los otros. En literatura ocurre exactamente lo mismo, por eso
Octavio Paz, que escribió innumerables poemas, decía que de su obra quedarían
para la posteridad sólo unos cuantos, porque al resto se los llevaría el
viento. Con todo, yo no soy quien para juzgar la obra de Octavio Paz. Ese
oficio se los dejo a los doctores de la literatura, ya que mi oficio no es
juzgar sino crear obras literarias.
Los autores que integrarán las antologías de poesía
y narrativa, aunque parezca extraño, se encuentran en la marginalidad, en la
periferia. Ahí lo encontré a Víctor Hugo Viscarra cuando elaboré una antología
titulada “El niño del cuento
boliviano”, en la cual están los mejores cuentistas bolivianos contemporáneos.
La marginalidad tiene su propia expresión lingüística, sociológica, su propia
explicación antropológica e histórica, pues la literatura no es un fantasma que
se mueva al margen de un contexto social o una época determinada, por muy
marginal que sea.
La obra literaria, de un modo consciente o
inconsciente, es la expresión del contexto social y la época que le toca vivir
al autor. Mejor aún si ese cuento o esa novela está escrita a partir de una
experiencia vivida en carne propia. Por ejemplo, no sería lo mismo para un
escritor, por muy genial que sea, narrar los episodios de una tortura,
intentando describir sobre cómo siente el preso y cómo se comporta el
torturador, que aquel escritor que ha sufrido en carne propia los tormentos de
la tortura. Un relato siempre es mejor cuando el autor escribe desde su propia
experiencia y no a través de voces prestadas. Todos estos detalles marcan la
diferencia entre unos y otros escritores; por suerte, los lectores se dan
cuenta cuándo un escritor es más auténtico que el otro. Es como poner el oro y
el bronce en una balanza, el oro va a pesar más que el bronce, aunque ambos
tengan el mismo color. De eso se trata. El antologador debe parecerse al
joyero, quien sabe, a simple vista, lo que es oro y lo que es bronce.
Por todo lo expuesto, la antología contemplará sólo
a los escritores que han creado obras literarias a través de la fantasía como
factor fundamental y no a través de los estudios académicos, que es otra cosa.
Para mí, escritores como Jesús Lara y Óscar Cerruto no entran en la misma
categoría que René Zavaleta Mercado y Carlos Montenegro, que fueron grandes
ensayistas, pero no novelista, ni cuentistas y mucho menos poetas. Lo que a mí
me interesa es esa otra literatura en la cual se trabaja con la palabra,
intentando crear situaciones y personajes literarios.
La literatura, con carácter estético, es una cosa y
el ensayo es otra, desde el instante en que requiere una bibliografía. Yo no me
clasifico en ese campo, aunque tengo ensayos, porque lo que más he hecho ha
sido cultivar la literatura que se mueve entre la realidad y la ficción. Para
mí no es lo mismo, por ejemplo, Volodia Teiltelboim que Pablo Neruda, pese a
que eran camaradas del mismo partido. Para mí, Neruda era el poeta, el
escritor, el creador, el inventor de la palabra y el imaginario, que podía
contextualizarte un texto determinado en una realidad determinada, la que él
concebía a través del juego de las palabras. En cambio Teitelboim siempre ha
hecho ensayos, en los cuales contemplaba la situación política, económica y
cultural de Chile desde su propia perspectiva. A Teitelboim no lo considero un
escritor de la misma categoría que Neruda.
En la ciudad de El Alto hay muchísimos ensayistas
que están escribiendo o reescribiendo la historia de Bolivia desde su propia
perspectiva, hay muchísimos sociólogos, antropólogos, abogados, etc., que están
dedicados a la creación de este tipo de obras, pero para mí la literatura es
otra cosa, la literatura es novela, cuento, poesía, es allá donde el autor
recrea la realidad con la fuerza de la invención y la fantasía. El ensayista no
hace eso, el ensayista no tiene por qué inventar nada, tiene que intentar ser
fiel a una realidad que trata de contemplar en su obra; el escritor de
literatura, en cambio, tiene la libertad no sólo de crear sino de recrear una
realidad a partir de su propia imaginación. Ésta es la diferencia que yo
encuentro también entre los creadores en el contexto boliviano. Ahora bien, en
el país existen y existieron ensayistas excelentes, como Marcelo Quiroga Santa
Cruz, quien escribió no sólo ensayos, sino también novelas, como esa novela
existencialista que es “Los
deshabitados”. Marcelo Quiroga escribió además poesías, eso lo tenía a
caballo entre el ensayo político y la literatura.
Lo que yo estoy queriendo hacer en El Alto es,
justamente, rescatar esa parte que tiene que ver con la literatura, y la
literatura tiene que ver con las novelas, los cuentos, los relatos y las
poesías. Por lo tanto, esos son los escritores que me interesan. Los otros son
ensayistas y de ésos tenemos un montón en El Alto.
Los procesos de cambio social y la literatura
marginal
- En este
proceso de cambio social en Bolivia, de luchas sociales, políticas, étnicas,
pero también de redescubrimiento literarios de los pueblos, de las personas del
pueblo, ¿dónde se ubica tu propia literatura?
La literatura mía es también una literatura
marginal, yo siempre me he considerado un escritor marginal, creo que les hice
saber eso a los muchachos de Yerba Mala Cartonera, sobre todo a Beto Crespo,
porque yo estaba viajando a los EEUU, me estaban invitando para que fuera a dar
unas charlas sobre literatura boliviana, y le comenté a él, por correo
electrónico, que yo estando en los EEUU hablaría en los círculos de literatura
sobre la literatura de la que justamente estoy hablando ahora, la de estos
muchachos cartoneros, de esta gente marginal, que no encuentra editores, que no
encuentra muchas veces a su público, porque no hay cómo viavilizar su
literatura. A mí la literatura marginal siempre me ha interesado porque, en vez
de leer un “bestseller”, prefiero leer a un muchacho cuya poesía lo publicaron
de manera extraña y que se publicaron solamente 50 ejemplares, y cuando un
ejemplar me llega a las manos, es algo que leo inmediatamente, mucho más que
leer un “bestseller” que, además, cuesta mucho más caro y me metieron con una
propaganda hecha, porque hay que considerar que la literatura es como un
paquete comercial, como un paquete de Navidad y que no sabes qué es lo que contiene
adentro, aunque por fuera se vea muy bonito, bien empastado y con sus cintas y,
de paso, con un regalito más que acompaña al libro. Entonces, la gente compra
estas cosas para darlo como regalo a un amigo o un pariente, en cambio yo
prefiero leer mucho más esa literatura marginal.
Te cuento, de pasadita, que yo mismo di un aporte
para financiar uno de los primeros libros de Víctor Hugo Viscarra, que lo
estaba publicando Manuel Vargas, que era su editor y es el editor de la revista
“Correveidile”. Yo le decía a
Manuel Vargas que confiaba mucho más en un autor como Viscarra que en un
escritor comercial creado por el mundo editorial, porque Bolivia es un país
donde también se fabrican escritores, los escritores no siempre son buenos
cuando los conocemos, nos los hacen pasar por buenos porque en Bolivia, como en
Chile, Argentina y en el mundo entero, las editoriales comerciales van tras las
ganancias, los dividendos. Es decir, no le interesa tanto la calidad de la obra
literaria, sino que una obra literaria cumpla determinadas funciones para poder
llegar a los lectores, con una literatura “light”, para que la gente pueda leer en masa y se pueda ganar
mucho dinero, porque no vas a ganar mucho dinero si vas a contar, como lo hizo
Alcides Arguedas en “Raza de bronce”, sobre
una comunidad del lago Titicaca, porque
aparentemente esta literatura no les interesa en Europa ni el resto de América
Latina. En cambio yo pienso a la inversa, por eso cuando un periodista me preguntó cómo veía el futuro de la
literatura boliviana, yo le contesté que el futuro de la literatura boliviana
estaba en el pasado, y él me preguntó: ¿cómo? Y yo le contesté: fácil, porque
no hemos escrito todavía una buena novela, un puñado de cuentos ni un poemario,
que nos recree nuestro pasado histórico. Yo quisiera saber si existe una novela
basada en la biografía, por ejemplo, de Atahuallpa, Tupaj Katari o Bartolina
Sisa. Claro que existen algunas novelas que se escribieron sobre lo que fue la
Guerra del Chaco, la del Pacífico, lo que fue la Guerra del Acre, lo que fue la
Revolución del 52, pero no hay esa gran novela que describa un proceso
histórico completo, hay algo que se frustra también en otro contexto, debido a
factores concretos e imprevisibles. En el caso de Chile, cuando Baldomero Lillo
está escribiendo sobre la masacre de Iquique, que sucedió en la escuelita Santa
María, le sorprende la muerte y la novela queda a medias, es una novela trunca.
Sin embargo, él conocía de cerca el mundo minero porque trabajó como pulpero en
las minas del norte chileno.
- Tú tienes también obras que abordan el tema minero.
¿Qué puedes decir sobre eso?
He escrito sobre las minas porque es una realidad
que conozco. Mi libro “Cuentos de la mina” está dedicado al mundo trágico,
combativo, pero también mágico, donde uno de los personajes centrales es el Tío
de la mina, ese ser mitológico que forma parte de la cosmovisión andina y
sintetiza el sincretismo entre las creencias paganas de nuestras culturas
ancestrales y la religión católica llegada de Europa a través de la
circunnavegación con Colón. El Tío es la combinación de estos dos elementos que
se dan en las minas, te concretiza, de alguna manera, las dos visiones que se
tienen del hombre, el mundo y el universo; la concepción católica, por una
parte, y la ancestral, por la otra, pero, además, este personaje sintetiza el
problema del mestizaje entre los habitantes de Europa y América; estos
elementos contemplo desde el punto de vista literario, porque no estoy haciendo
antropología, esto corresponde a los antropólogos, sociólogos, arqueólogos,
historiadores; la función mía es tratar de contar el mundo mágico, el mundo de
las leyendas y los mitos que envuelve un poco a este personaje que envuelve, a
su vez, al mundo de las minas. Cuando le decía a este periodista que el futuro
de la literatura boliviana está en el pasado, me refería, en parte, al Tío de
la mina que, por supuesto, también será un personaje del futuro. No obstante,
alguien dijo por ahí que Montoya sigue escribiendo sobre cholitas despistadas,
sobre las minas, sobre temas que corresponden al pasado. Pero no es cierto,
porque cuando las minas estén agotadas en Bolivia, cuando se hayan cerrado los
socavones, cuando realmente haya una relocalización de veras y las minas ya no
produzcan riquezas, entonces nuestros hijos, los hijos de nuestros hijos, los
historiadores, sociólogos y antropológicos del futuro tendrán que recurrir a
estas obras para saber cómo había sido la vida en las minas y en qué creyeron
los mineros, quién era el Tío de la mina, porque estas obras retratan, desde la
cosmovisión andina, el mundo sociocultural en las minas. Por lo tanto, en estas
obras seguirá vigente esta realidad dantesca y dramática de los trabajadores
del subsuelo, y serán valiosas fuentes para quienes quieran saber cómo eran,
por ejemplo, las minas en Potosí; esa ciudad que tenía mucho más habitantes en
su época de esplendor colonial que Londres, París o Buenos Aires, y que hoy es
un pueblito pero con una gran historia. Por eso creo que la gran literatura
boliviana del futuro está en el pasado, en escribir lo que no hemos escrito
hasta ahora.
Si yo abordó la
temática minera no es debido a que el tema sea importante en sí mismo, ya que
en Bolivia, un país minero por excelencia, han existido varios cultores de esta
temática, aunque ninguna de estas novelas o cuentos están considerados como
excelentes creaciones literarias. Carlos Fuentes, en cierta ocasión,
refiriéndose a las novelas del ámbito minero, manifestó que no bastaba con
escribir sobre los mineros para que una obra sea trascendental, ya que lo más
importante era escribir bien. Lo cierto es que en Bolivia han existido muchos
escritores de la pequeña burguesía, que se fueron a las minas para observar la
vida del minero y, a partir de esa experiencia, han escrito pensando que con
esas obras iban a hacer la revolución nacional, pero no, con las obras
literarias no se hacen revoluciones ni se cambian sistemas políticos. Lo
fundamental en una obra literaria radica en la parte estética, en la forma cómo
está escrita.
- ¿Cómo
defines la literatura respecto a los cambios que se están suscitando en América
Latina?
Pienso que estamos
viviendo un proceso histórico interesante en América Latina, y creo que Galeano
lo confirmaría, porque recién estamos escribiendo nuestra propia historia. Lo
que pasa es que los poderes de dominación nos metieron gato por liebre también
en eso, nos inventaron caudillos y nos inventaron libertadores, nos inventaron
a líderes que no eran los nuestros, ya que los nuestros estaban escondidos y vivían
en el submundo, se escondían, si tú quieres, bajo tierra para evitar los
látigos del colonialismo, pero no estaban muertos sino vivos, eran como las
semillas de una planta, que estaban bajo tierra, pero que un día empezaron a
echar raíces y tallos, que empezaron a echar hojas, flores y frutos. Estamos en
ese proceso, y el proceso que vive gran parte de América Latina está expresando
esa realidad, que tiene que ver con esas culturas ancestrales rezagadas,
menospreciadas, que han esperado en la cola de la historia durante más de
quinientos años, pero que ahora empiezan a tener voz propia. Hoy mismo se está
promocionando, por ejemplo, un concurso de literatura en lenguas originarias.
Hace poco ganó una muchacha potosina que escribió una novela titulada “Sumaj
Orq’o”, que quiere decir “Cerro Rico”, en quechua. Todo esto indica que estamos
viviendo un proceso de cambio que, en cierta medida, también le va a servir a
la literatura, porque vamos a empezar a conocer y reconocer aquella literatura
que antes no estaba aprobada ni pasaba por los medios de comunicación, porque
los doctores de literatura no se ocupaban de ella, porque la crítica literaria
estaba embebida en otras cosas, menos en esto que siempre se ha visto como algo
malo, como algo feo, como algo pésimo.
La promesa del
futuro está entre los muchachos que están haciendo una literatura que yo llamo
marginal. Son ellos los creadores de la verdadera literatura, de esa literatura
nacional que va tener su propia cara, su propio color, su propia identidad, porque
hasta ahora, los escritores en Bolivia, y creo que en América Latina, hemos
tratado de copiar a escritores anglosajones, hemos tratado de no hacer una
literatura nacional, debido a que la considerábamos muy indigenistas, muy
obrerista, muy marginal, y queríamos aprender de los escritores franceses,
ingleses, etc. Hoy estamos viviendo una nueva etapa que le va servir también a
la literatura, no desde la perspectiva económica, pero sí desde la perspectiva
histórica y social; lo que se está haciendo hoy es una literatura que te
expresa, de veras, lo que las grandes mayorías viven, piensa y sienten, pero
esto no quiere decir que esta literatura te va a ayudar a cambiar el proceso
histórico y político, no, yo pienso que la literatura no se hace para provocar
la revolución, nosotros no hacemos la revolución leyendo novelas, cuentos o
poesías, porque si vamos a creer que la poesía tiene esta virtud, la poesía de
Neruda podía haber volteado a la dictadura de Pinochet. Por lo tanto, así la
poesía sea excelente, la poesía no puede hacer mucho contra los sistemas de
poder. La literatura cumple el simple rol de ser el testimonio de una época, es
la voz viva del autor, quien trata de reflejar, a través de su obra, la época
que le toca vivir, el contexto en el que está viviendo. La literatura no tiene
más virtud que ésa, y la de recrear ese tiempo libre que tiene el lector, cuyo
gusto estético le va a llevar en las alas de la imaginación a otros rumbos, a
otros mundos, a cosas que el mismo lector no se imagina. El lector va siendo,
en este contexto, un cómplice secreto del autor, porque va descubriendo lo que
el autor le quiere mostrar, dándole las pautas del camino para que luego el
mismo lector pueda seguir hasta encontrar sus propias conclusiones al final de
la lectura de un cuento o de una novela.
Literatura y luchas/resistencias sociales
- Escuché que la literatura tendría una
función histórica y social
Definitivamente, la literatura refleja
un contexto social y una época, como en mis “Cuentos en el exilio”. Sin embargo, espero que nunca más se den
exilios en América Latina. Este libro refleja una etapa de la historia
latinoamericana, porque hay miles, quizás millones, de compañeros y compañeras
que salimos de nuestros países asolados por las dictaduras militares, y que los
escritores exiliados seguíamos escribiendo sobre el drama de nuestro
continente; es más, la literatura no puede estar acorralada en un solo país, ya
que posee la magia de atravesar fronteras y traspasar vallas.
En mi libro “Cuentos en el exilio” se retrata una época que les tocó vivir a
los latinoamericanos durante las dictaduras militares, son cuentos que tiene
que ver con las atrocidades por las cuales hemos pasado quienes fuimos presos
políticos, quienes fuimos torturados y exilados, para que nuestros hijos y los
hijos de nuestros hijos sepan el porqué su abuelo había estado en la cárcel y
el exilio, para que los hijos de los exiliados sepan el porqué nacieron fuera
de América Latina. Entonces, como comprenderás, la literatura tiene la potestad
de reflejar una determinada época, un proceso histórico determinado. Por eso
mismo, pienso que la literatura tiene fuerza cuando está anclada, como una nave
en un puerto, en una realidad social e histórica, pues lo que está anclado en
un contexto determinado queda ahí y forma parte de una realidad que, tarde o
temprano, será motivo de estudios en las casas superiores de estudio. Sin ir
más lejos, cabe mencionar que se han realizado ya tres tesis de licenciatura
sobre mis “Cuentos violentos”, dos en
EEUU y uno en Brasil. En las tesis se revela lo que fueron las cámaras de
torturas en el cono sur de América Latina, se mencionan las intervenciones
militares en las minas, la masacre minera en la noche de San Juan, el golpe de
Estado de 1971, etc.
En “Cuentos violentos” se relata, de
manera literaria, la etapa más sombría de la historia boliviana. Y en este
contexto no se ha escrito mucho, quizás sea el único escritor boliviano que ha
pasado por las mazmorras de la entonces dictadura y que he sufrido las torturas
tanto físicas como psicológicas, y que, además, a modo de terapia, he escrito
un libro de relatos de primera mano, como una suerte de testimonio personal. El
libro ha despertado mucho interés, incluso ha sido traducido al inglés, alemán,
y se espera la traducción a otros idiomas, ya que el libro no sólo sirve como
material de lectura para los hijos de exiliados, sino también para los lectores
que, por su grado de conciencia política y compromiso social, tienen interés
por adentrarse en los crímenes cometidos por la dictadura militar en Bolivia.
Los trabajos de licenciaturas que se
están realizando en torno a este tema, tanto dentro como fuera de América
Latina, me dan a entender que la escritura no es un oficio en vano, sino que
puede servir como testimonio de una época, como un trampolín para los
estudiosos del tema, como los literatos, sociólogos, historiadores y
antropólogos, quienes se basan en estos cuentos para conocer más de cerca esa
realidad que les interesa y preocupa, y mis cuentos están para eso, como las
novelas y los cuentos de varios escritores chilenos, uruguayos o argentinos,
que han vivido en el exilio y han escrito sobre las experiencias que les tocó
vivir durante las dictaduras, como Volodia
Teitelboim, Eduardo Galeano, Isabel
Allende, Mario Benedetti y Ariel Dorfman, entre tantos otros.
En Bolivia soy uno de los pocos
escritores que han escrito sobre el tema de la represión política, la tortura y
el exilio. Cuando escribí “Cuentos violentos”, por otro lado, lo hice para
saldar cuentas con los fantasmas de mi pasado, para dejar atrás la etapa cruel
que me tocó vivir en carne propia. Entonces mis cuentos son una suerte de
chivos expiatorios, que me permitieron y me permiten aliviar los dolores del
alma y fortalecer la conciencia, pero también para recrear ese pasado, con la
intención de que los crímenes no queden impunes y, en el mejor de los casos,
para advertir a las futuras generaciones que, en nombre de la justicia social,
no se deben admitir más dictaduras, ni torturas, ni exilios. Con todo, sigo
siendo un escritor marginal.
- Hablamos de los escritores y
escritoras marginales de El Alto, y en tu caso la “marginalidad” ¿también se
debe a que no publicas en grandes editoriales comerciales, a la temática de tus
obras o a qué?
Marginal por varias razones, pero ante
todo porque soy de ascendencia obrera, mi padre ha sido minero, muchos de mis
parientes han sido mineros, algunos han muerto en las minas y a otros los
asesinaron por ser dirigentes sindicales; y porque siempre me he sentido
identificado con las capas más desposeídas y marginadas de la sociedad, lo que
me ha permitido abrazar una corriente política de izquierda. De alguna forma
había que terminar con las injusticias, por las buenas o por las malas, así que
me vinculé a una corriente política que reivindicaba la lucha armada, pues no
podía seguir viendo las discriminaciones raciales y sociales que veía desde
niño; la situación paupérrima de las amas de casa que no tenían pan para darles
de comer a sus hijos, a hombres desocupados que no tenían techo donde vivir; en
fin, el contexto en el que viví, rodeado de pobreza y discriminación, me
condujo hacia las corrientes de izquierda y los pensamientos libertarios; más
todavía, de muchacho empecé a creerme que era el Llanero Solitario, ese
personaje enmascarado de la revista de series que, revólver al cinto y látigo
en mano, podía terminar con las injusticias del género humano.
Esos mismos sentimientos hicieron que,
de un modo intuitivo o subconscientemente, me vincule a las luchas del
movimiento obrero y campesino, y, de alguna manera, soy una expresión viva de
esos sectores, de esas capas sociales. Aunque soy un escritor de clase media,
debo confesar que mis ideales, mi corazón y todo lo demás, están siempre con
los de abajo, con los sectores más excluidos y necesitados. En cambio los de
arriba siempre han sido las élites cantantes y sonantes en un país como el
nuestro, y estas élites han sido las que han manipulado no sólo la historia,
sino también la literatura. Ellos han escrito la historia oficial de América
Latina y ellos han determinado, según su criterio, lo que es buena literatura y
lo que es mala literatura, como si fuesen pequeños dioses.
Por otro lado, yo nunca formé parte de
una generación determinada de escritores bolivianos ni pertenecí a ningún grupo
literario en particular. Me desarrollé como escritor boliviano en Suecia,
aislado, escribiendo en español mientras vivía en un medio donde se hablaba el
idioma sueco y, como si fuese poco, escribiendo una obra que corría el riesgo
de perderse en el polvo del olvido.
- El exilio es una especia de
marginación también.
Sí, pero también el hecho de ser
marginal me hizo, por otro lado, un gran favor, porque me dio la posibilidad de
que, estando en Europa, aprenda otras lenguas, estudié y me establezca como
escritor, porque cuando decidí retornar a Bolivia, después de treinta cuatro
años de ausencia, retorné convertido en escritor y decidido a seguir abogando
por los de abajo, para seguir siendo la voz de los sin voz o, al fin y al cabo,
para seguir siendo un modulador de voces anónimas, para hacer lo que siempre he
tratado de hacer de manera colectiva, como las antologías que elaboré de
cuentistas y poetas bolivianos, de cuentistas latinoamericanos en Suecia, como
ahora que estoy empeñado en elaborar las antologías de poetas y narradores de
la ciudad de El Alto. Todo esto demuestra un poco la solidaridad de este
escritor que se ocupa tanto de los demás y tan poco de sí mismo.
Esa actitud solidaria de mi parte, me
ha llevado siempre a pensar muchos más en los otros, en ayudar a los otros, en
saber cómo podemos rescatarlos y salvarlos del olvido, pues siempre he
rechazado la ley de la selva, el sálvense quien pueda, porque sé que los únicos
que se salvan en medio de la vorágine son los más fuertes, como sé que el pez
grande se come al más chico. De modo que siempre he sido partidario de la
teoría de que si todos nos agarramos de las manos, podemos salvarnos todos, y
creo que valdría la pena. Por lo tanto, las antologías que elaboré, sin que
nadie me premiara, son una expresión de mi forma de pensar, de esa solidaridad
que siento por los demás, un pensamiento y personalidad que no me ha cambiado
el exilio, ni la cárcel, ni las torturas.
El concepto de solidaridad forma parte
de mi personalidad, sigue estando dentro de mí. Además, quiero que sepas que no
tengo interés de escalar posiciones sociales ni querer ser un político
profesional, porque la literatura no está hecha para quienes quieren
convertirse en ministros, diputados, senadores, presidentes o embajadores. La
literatura es otra cosa, es un arte noble que se ejerce no para conseguir
puestos públicos. Es decir, no se escribe para que uno sea más importante que
los otros, sino por una necesidad existencial. Siempre he pensado que si Kafka
escribió “La Metamorfosis”, “El Proceso” o “El Castillo”, lo hizo porque de
alguna manera deseaba vivir otra vida distinta a su vida cotidiana, esa vida
donde se sentía, prácticamente, como una cucaracha, como él cuenta en “La Metamorfosis”. Kafka, a través de
su obra, quería expresar su rechazo y rebelión contra un sistema patriarcal,
autoritario, jerárquico, contra un sistema omnipresente en el cual se sentía
como un bicho inmundo.
Yo creo que los escritores como Kafka,
Saenz, Arturo Borda, entre otros, escribieron por razones existenciales. Víctor
Hugo Viscarra, por ejemplo, no escribió para que lo nombren catedrático en la
Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) o para que le aplaudan sus amigos
borrachos. Pienso que él escribía porque quería contar sobre la realidad del
submundo paceño. Esto lo convirtió en un escritor auténtico, no se hizo
escritor para ser más importante, para que lo nombren “doctor honoris causa” o
para aparecer en los periódicos importantes de la prensa nacional o en las pantallas
de la televisión. Cuando hay escritores que escriben por una necesidad
existencial, éstos se diferencian de una manera muy natural de quienes escriben
para asumir una pose de intelectuales.
-
¿Esto
quiere decir que hay, como se dice “escritores y escritores”?
Por supuesto que sí, hay escritores y
escritores. Hay escritores que han creado muchas obras y te dicen que no han
creado nada, y hay escritores que han escrito apenas un librito y se presentan
como grandes autores. Todo esto contrasta un poco con la visión que tengo de la
literatura y los escritores. La literatura, en mi visión, va surgiendo y se va
creando al fragor de la vida cotidiana, por eso creo en esa literatura que
hacen los escritores jóvenes en El Alto, quienes tienen su propia editorial
artesanal, donde fotocopian sus poemas y cuentos, y luego los pegan página por
página para venderlos en los mercados. Eso me interesa. Eso hacía Saenz, del
que ahora todo el mundo habla. Saenz, después de emborracharse tres meses,
escribía sobre los temas arrancados de su propia vivencia, así resultaron sus
libros: “La noche”, “Los cuartos” y muchos otros, como “Felipe Delgado”; en fin, en un
principio no le tiraban mucha pelota, pero él supo crear un misticismo en torno
suyo, que ahora llama mucho la atención, creó también una buena poesía y una
buena prosa que atrae, sobre todo, a la gente joven.
Lo extraño del caso es que hoy en día
las editoriales viven de sus libros. Hay un montón de editores que se
aprovechan del hecho de que Saenz no dejó herederos de sus libros. Se sabe que
tuvo un hija, que vive en Alemania, pero a quien le debe importar muy poco los
derechos de autor de su padre. Entonces, no es casual que los editores empiecen
a publicar las obras de Saenz en ediciones de lujo. Se puede decir que Saenz,
quien en vida desafió al establishment
desde la marginalidad, ahora es un escritor de lujo, de culto, aunque nunca
dejó de ser más orgulloso que el demonio para dar entrevistas, porque el tipo
se creía más importante que la mayoría de los escritores nacionales y
extranjeros. Saenz capta la atención de los lectores y los editores se dan
cuenta que hay dinero en sus obras. Lo jodido es que este autor se murió en la
miseria, en la inanición como se murió Víctor Hugo Viscarra, quien no tenía ni
siquiera dónde caer muerto. Así como ellos se murieron otros grandes escritores
no sólo en Bolivia, sino también en Chile, Argentina, Perú, etc.
Si alguien me dijera que José María
Arguedas o Ciro Alegría fueron menos importantes que Vargas Llosa, sería una
afirmación que lo pondría en duda. José María Arguedas, quien acabó quitándose
la vida, es cierto que fue incomprendido en su época, pero hizo un análisis
acertado de la sociedad peruana, como José Carlos Mariátegui. Entonces no
podemos aceptar todo lo que nos entregan los grandes premios literarios, como
el Nobel en Suecia o el Cervantes en España. Es decir, por qué tengo que leer a
Vargas Llosa sólo porque le otorgaron el Premio Nobel de Literatura. ¿Por qué
no puedo leer a los otros? ¿Quién dijo que no hay que leer “Los ríos profundos”? ¿Quién dijo que
no hay que leer “Yawar fiesta”? ¿Quién
dijo que no hay que leer “El zorro de arriba y el zorro de abajo”?, o sea… Allí tenemos
una gran literatura como la que siempre hemos tenido también en Bolivia, pero…
Ya te dije que las élites pensantes, los tecnócratas de la educación, te meten
un cierto tipo de libros como textos de estudio en las escuelas y colegios,
pero que no siempre son las novelas, ni los cuentos, ni la poesía, que gusta a
los estudiantes.
A nosotros nos gustan siempre los
libros que, por lo general, están fuera de los textos escolares que nos dan en
la escuela. No tenemos preferencia por los libros que hemos leído en la
escuela, ni en el colegio, sino por esos otros libros que no están contemplados
dentro del programa educativo. Por lo tanto, creo que debemos hacer una
revisión sería de lo que es literatura y literatura. Afortunadamente, los
lectores sabemos distinguir entre lo cierto y lo incierto, entre lo oscuro y lo
claro, entre lo malo y lo bueno.
Los lectores escogen el libro que
quieren leer y no siempre leen los libros que han sido premiados, sino los que
no han sido premiados y vienen de la marginalidad, por eso es que pienso que la
literatura marginal, a pesar de los pesares, es una literatura importante,
tiene fuerza en sí misma, como el indio callado, que parece débil, pero es
fuerte por dentro, que tiene orgullo de sí mismo, de sus ancestros, aunque
agacha la cabeza cuando le miras de frente. Esta comparación, de todos modos, es
una simple metáfora para comprender el fenómeno que estamos tratando en esta
entrevista.
* Escritor,
teólogo e investigador de culturas y pensamientos latinoamericanos. Ha vivido
en diversos países del continente. Su actual programa de investigación es la
articulación entre teología y literatura boliviana periurbana.
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